Supuestamente residentes de San Martín de los Andes, fueron sorprendidas con más de 100 truchas muertas en una camioneta además de un jabalí y un piche. Todo esto destinado a ser comercializado en un mercado negro que abona generosamente el kilogramo de carne de salmónidos.
Tomada individualmente y desde el punto de vista optimista podemos decir que es una buena noticia, al menos esta vez fueron descubiertos y se les secuestró el cargamento.
Pero si analizamos más profundamente el tema podemos descubrir un trasfondo preocupante, no solamente para los pescadores deportivos sino, y principalmente, para los propios habitantes de los lugares donde estas cosas ocurren.
No es novedad que la pesca en general promueve el turismo, miles de pescadores visitan los diferentes sitios donde la naturaleza ha puesto ríos, lagos y mares (y dentro de ellos los peces) en busca de diversión y esparcimiento. Muchas veces viajan con su familia y por varios días y los extranjeros recorren miles de kilómetros para venir a nuestros renombrados pesqueros. En los sitios visitados trabajan el transporte, los hoteles, las cabañas, los restaurantes, los guías de pesca y el comercio en general. ¿Pero que pasará el día que los pescadores no vayan a un determinado lugar porque ya no hay pesca?.
Lo increíble de esto está dado en que los propios beneficiarios de esa fuente de ingresos atentan contra el. Los que hacen la matanza son culpables pero tan culpables como ellos o más aún, son los que compran el resultado de esa acción prohibida y también aquellos que conociendo este tipo de comercio ilegal dan vuelta la cara y miran para otro lado.
En un Estado donde las funciones primarias no se cumplen o son insuficientes el propio habitante debe cuidar sus intereses, y las regiones turísticas deberían comprender que un pescador deportivo es un turista.
por Héctor Gugliermo